soportar cualquier crítica, de ser inmunes a la presión o de superar una lesión que podía haber destrozado su carrera. Sin embargo, conviene recordar que el futbolista es un ser humano que, a pesar de cobrar una cantidad considerable de dinero -lo suficiente, según muchos, como para no quejarse de nada- sigue siendo un ser humano, y como cualquier trabajador, puede verse afectado por problemas dentro o fuera de su círculo. Y estoy seguro de que la mayoría de jugadores de fútbol han tenido que soportar en algún momento de su carrera una carga emocional de este tipo.
No creo que Fernando Torres sea de coraza frágil ni mucho menos. Se echó al Atlético de Madrid a la espalda con apenas diecisiete años y demostró una madurez propia de un veterano cuando dejó como capitán el club de sus amores en busca de títulos en Liverpool, donde se convirtió en un héroe. Por el camino, no le tembló el pulso en toda una final de Eurocopa de naciones, cuando batió a Lehmann y con ello 44 años de sequía de títulos en la selección española. Aquel Fernando Torres fue considerado uno de los mejores delanteros del momento (balón de bronce en 2008) en Europa, y aun así todavía tenía detractores desde España, sobre todo a raíz de sus números con la selección -las comparaciones con David Villa eran terribles-. Pero eso a Torres no le inquietaba. Estaba en la cresta de la ola. Y se veía capaz de todo.
El punto que separa una carrera meteórica de la consagración como jugador histórico del fútbol español se remonta al 8 de abril de 2010, cuando Fernando sufre ante el Benfica una lesión de menisco que marcará sus dos años siguientes. Llegó renqueante al Mundial, pero Del Bosque confió en él y lo alineó como titular en cuatro de los cinco primeros partidos. En semifinales, no tuvo más remedio que sentarlo en el banquillo. El rendimiento de Fernando fue nulo. Torpe, intrascendente, incapaz de aportar nada al conjunto. No se arrepintió de forzar para estar en una competición en la que iba a tener una de las pocas oportunidades de su vida, la de conquistar la Copa del Mundo. "¿Que si vale la pena? Ya lo creo", señaló Torres al conseguir un título inolvidable con la Roja.
Sin embargo, no salió bien parado al volver de Sudáfrica. Y su decisión de fichar por el Chelsea viendo la incapacidad de conseguir títulos con el Liverpool fue una losa que le pesó y le pesó durante mucho tiempo. De repente, a Torres se le juntó todo: problemas físicos constantes, la presión de haber costado 50 millones de libras, las burlas de los aficionados ingleses -los medios le nombraron esa temporada uno de los peores fichajes de la Premier League- el pésimo apoyo de la afición española, la escasa confianza que le mostraba su nuevo entrenador, Villas Boas... ¿Qué jugador puede soportar tanto en tan poco tiempo? Pasó de ser el jugador más querido por los "reds" al más detestable por los "blues". Del jugador que llevó a la selección a su primer título de una época dorada, a ser prácticamente el único jugador discutido de todo el combinado español. Si verle marcar cada fin de semana era lo habitual, los goles de Torres comprendidos entre 2010 y 2012 eran celebrados como "hechos históricos".
Era evidente que, tras la recuperación de la lesión, habían quedado secuelas, Pero no eran físicas, sino mentales. El "Niño" perdió la confianza en sí mismo. Deambulaba por el área como pollo sin cabeza, apenas aprovechaba su velocidad para irse de un defensor, ni siquiera era capaz de controlar bien una pelota. Estaba claro que no era un problema de bajón técnico, sino anímico. Nadie baja tanto el nivel de la noche a la mañana. Torres no era el mismo, porque su mente no era la misma. Lo más importante para su recuperación deportiva tenía que ver con la confianza. Necesitaba apoyo, cariño, y sentirse válido. Y tuvo la suerte de cruzarse en el camino con tres entrenadores que entregaron toda su fe al madrileño.
El primero fue Roberto Di Matteo. Con la destitución de Villas-Boas, Torres reinició el sistema y trató de empezar de cero, aunque tuvo la mala suerte de encontrarse al mismo tiempo con el mejor Drogba de la temporada, el que acaparó todo el protagonismo en una Champions donde se coronaron los "blues". Fernando participó poco, pero un gol al Barça en semifinales cerró el pase a la final frente al Bayern, una final en la que obtuvo escasos minutos para lucirse. Sin embargo, la temporada terminaba mejor que la anterior: con el mejor título a nivel de clubes bajo el brazo, la recuperación de confianza en el equipo londinense, que le declaró intransferible y no fichó a ningún "9" en el mercado a pesar de la marcha de Drogba; y la vuelta a la selección española tras unos meses en los que Del Bosque decidió no convocarle.
Y llegamos así al técnico salmantino, uno de los entrenadores que más confió en su potencial en los peores momentos. Con toda España en contra, Del Bosque convocó a Torres para la Eurocopa de Ucrania y Polonia, aunque iba a partir como suplente, ya que España comenzó a jugar con falso nueve. Pero eso no preocupó a Fernando, que se proclamó máximo goleador del torneo con su doblete a Irlanda y su gol y asistencia en la segunda parte de la final ante Italia. Daba la sensación de que Torres estaba volviendo. En pequeñas dosis, pero volviendo.
Sin embargo, la temporada 12/13 no comenzó como esperaba. El Chelsea se alejó muy pronto de los primeros puestos y fue eliminada a las primeras de cambio en Champions. Incluso cayeron derrotados en la final del Mundial de Clubes, en un partido en el que Torres falló una ocasión clarísima que podía haber dado la victoria a su equipo. Al mes siguiente, el club contrataba a uno de los máximos anotadores de la Premier hasta ese momento: Demba Ba. Torres volvía a un segundo plano y su salida estaba más pronto que tarde. Para muchos, Falcao ya era el nuevo delantero del Chelsea, incluso Lukaku -cedido al West Brom- poseía mejores cifras anotadoras que el "Niño" y se le veía como relevo para la temporada siguiente. La mejor noticia que podía esperar Fernando Torres se hizo posible con la llegada de Rafa Benítez al banquillo londinense.
Con Benítez no sería titular ni mucho menos, al menos "por la cara", pero esa inestabilidad que llevaba dos años en su interior dejó de molestarle para siempre. Los mejores momentos de la carrera del madrileño fueron con Rafa de entrenador en el Liverpool, y su plena confianza en él le animó a seguir luchando. Contó además con el inmenso apoyo de toda la plantilla, en especial de los españoles: a Oriol Romeu y Mata se habían unido Azpilicueta y el propio técnico. Tocaba comenzar otra vez de cero. Y sería la última vez.
He visto muchos partidos de Torres en estos últimos tres años, y hacía tiempo que no le veía con tanta confianza. Fue el pasado 4 de abril frente al Rubin Kazan en cuartos de la Europa League. Fernando ya no deambulaba por el área, ni fallaba en los controles, ni le daba miedo entrar en el trapo. En aquel partido hasta daban ganas de que agarrara la pelota. Corría de un lado para otro como una exhalación, se desmarcaba con facilidad, aparecía por todo el terreno de juego, lanzaba contraataques con peligro, remataba todo lo que llegaba y no tenía miedo en encarar y realizar destellos, como un impresionante centro de rabona desde la derecha que acabó en ocasión de gol. Ah, y marcó dos tantos. Pero eso fue lo menos relevante. Torres había vuelto, y esta vez en dosis muy grandes, enormes.
La confirmación de su regreso queda demostrada al ser uno de los artífices de la consecución de la Europa League por el Chelsea. En la competición que no podía jugar Demba Ba, aprovechó su minutos con seis goles en los últimos seis partidos. El último de todos, en la final. Agarró un balón, se deshizo de un defensa en carrera, sorteó al portero y cruzó al palo contrario. ¿Les suena? Ya lo creo, hizo lo mismo hace cinco años en otra final europea. Entonces era el rey del mundo. Ahora, por lo menos, aspira a volver a serlo.
@david_lrl
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