Me hice madridista por mi tío, que vivía en Manchester cuando yo era un crío, y cada vez que venía al pueblo yo quería estar con él donde fuera, aprovechando el poco tiempo que disfrutaría de su compañía. Entonces me hablaba del Real Madrid, de su grandeza, de una época dorada que precisamente se estaba consumando en ese momento. Tres Copas de Europa en cinco años. No recuerdo haber visto la séptima. Ni siquiera la octava. De la novena tengo ráfagas en un sofá, o en el suelo de mi casa, mirando las musarañas. Lo único que recuerdo de mi infancia relacionado con el Madrid es mi tío, que me compró una camiseta azul, con publicidad 'TEKA' que guardo como un tesoro.
Con mi tío, la primera vez que fui al Santiago Bernabéu a ver a mi equipo |
Y descubrí que el Madrid fue nombrado mejor equipo del siglo XX. Que era el equipo con más Ligas del país. Y el club con más Copas de Europa del continente. Que sus jugadores, además, ganaban Mundiales y Eurocopas con sus selecciones. Era aficionado de un equipo que lo había ganado todo y no se cansaba de ganar.
Y contra todo pronóstico, cuando yo ya era un seguidor de los de verdad, el Madrid se cansó de ganar. Cuatro años sin títulos hasta una Liga conseguida a base de remontadas imposibles y el juego más rácano que vi jamás. Ridículos en Irún y Alcorcón. Goleadas del Barça. Y en Champions, donde se suponía que el Madrid era el rey, acumuló un fracaso tras otro: la remontada de un Mónaco liderado por una leyenda blanca que fue expulsado por la puerta de atrás, el terrible gol en la prórroga de Zalayeta en un partido horrible, la cabalgada de un Thierry Henry que destrozó a una defensa endeble, el resbalón de un Roberto Carlos en el ocaso de su carrera para ver como Makaay metía el gol más rápido de la historia de la Liga de Campeones, la deblace ante una Roma que era inferior al Real Madrid por jugadores, pero muy superior en espirítu; el chorreo de Anfield para que el charlatán de nuestro presidente se comiera sus palabras, la enésima derrota ante un Lyon que se había convertido en la bestia negra, la eliminación ante un FC Barcelona que lo había ganado todo y seguía ganando, la caída ante el Bayern cuando tirar penaltis nunca fue tan difícil, y estar a un gol, un solo gol, de remontar un 4-1 del Borussia Dortmund que nos había ridiculizado ante toda Europa.
Anoche llegué a pensar, por un instante, que la historia se volvería a repetir. Que la derrota ante el Atlético por 0-1, con un estúpido gol en el que Casillas falla por primera vez en una gran cita, en un partido donde el Madrid falló lo infallable en una segunda parte de ensueño, iba a ser un relato más de infortunios y fracasos a lo largo de doce años en los que nos hemos obsesionado con la DÉCIMA, cuando en realidad el número no era lo importante, sino el orgullo. El orgullo que nos habían arrebatado durante tanto tiempo, que lo habían pisoteado como si no valiera nada. Que estuvo escondido durante más de una década y resurgió ayer, en Lisboa, en el Estadio Da Luz, con un Atlético temblando bajo la portería y un Madrid volcado en busca de un empate que llegó en el minuto 93.
Lo metió el jugador con más garra, esperanza y huevos del conjunto blanco. Sergio Ramos olvidó su penalti a las nubes ante el Bayern, las burlas de todo un país por no saber hablar inglés, por meter la pata en Twitter, por caérsele la Copa del Rey en plena celebración, por ser el capitán de un Real Madrid que había perdido el norte. Ese gol representa más que nunca lo que es este equipo. No todo es tiki-taka, golear, dar un baño al rival y levantar el título porque eres el mejor del mundo. NO. El Madrid no es eso, que se entere todo el mundo de una vez. El Madrid es luchar contra todo y contra todos. Contra los millones de personas que, fruto de la envidia o el rencor, son felices viendo al Madrid humillado. Contra aquellos que, por muchos títulos que ganes, nunca van a darte la enhorabuena. Jamás van a rebajarse a eso.
Porque para ellos, el Madrid gana gracias al árbitro, por añadir cinco minutos y no cuatro. Gana porque tiene mucha suerte, porque mete goles al final de los partidos. Porque tiene demasiado presupuesto, y recibe más dinero por derechos de televisión. Es el rey de Europa porque los seis títulos conseguidos en los cincuenta fueron gracias a Franco, y aunque no fuera gracias a él, son en blanco y negro. No valen. Igual que no vale tener 100 millones de euros y fichar a Gareth Bale. Porque somos el egoísmo y la chulería del continente, encarnados en unos jugadores que se ríen del resto de equipos, que no se merecen levantar una Copa de Europa ganando de esa manera, a un equipo con un presupuesto cinco veces menor.
El Madrid ha tenido que luchar contra su pasado reciente, el de las humillaciones; y el pasado lejano, el de las nueve conquistas, para llegar a levantar la ansiada Décima que, repito, no es lo que de verdad importa. Lo importante es que el Madrid se ha reencontrado con sí mismo, ha lavado su imagen ante todo el continente, ha vuelto a ser el rey. Ha recuperado el orgullo de un equipo de leyenda. No, el Madrid no es tiki-taka, golear y levantar el trofeo. Es fe, remontar, luchar hasta el final, creer que es posible. Es lo que me enseñó mi tío cuando yo era un chaval y es lo que recordé ayer minutos antes del cabezazo de Ramos. El Real Madrid, el auténtico Real Madrid, ha vuelto. Y lo ha hecho para quedarse.
@david_lrl