sábado, 24 de mayo de 2014

Mi primera final

Los que me conocen saben que mi pasión es el fútbol, que quiero ser periodista precisamente para poder vivir de contar historias relacionadas con este deporte, y que pocas son las personas, al menos en mi radio de actuación, que sienten tanto el Real Madrid como un servidor. Es por eso que la gente se sorprende cuando digo que esta pasión fue tardía, y que empezó cuando tenía doce años, uno después de la final de Glasgow entre el Madrid y el Bayer Leverkusen.


Sí, no recuerdo absolutamente nada de la séptima. De la octava solo sé que había una pantalla gigante en la Glorieta de mi ciudad, y que jamás había visto tanta gente viendo un partido de fútbol. De la novena recuerdo estar en mi casa, revoloteando de un lado para otro, viendo el golazo de Zidane y no viéndolo, sufriendo con las paradas de Casillas y no sufriendo. Ni siquiera recuerdo si en el momento en el que Hierro levantaba la Copa yo estaba en el sofá o tirado en el suelo mirando las musarañas.

A mí me empezó a gustar el fútbol de la manera en que lo disfruto ahora -viendo cada partido- justo la temporada siguiente a la última Liga conquistada por Vicente Del Bosque. Entonces yo ya me había empapado de lo que era un final de competición trepidante, peleando por el título con la Real Sociedad hasta la última jornada. Pocas veces había sentido tanta emoción. Hice una libreta con toda la plantilla, apuntando estadísticas y resultados. Estudié a los rivales, siempre que pude fui a ver al Madrid al bar, me coleccioné las 'Fichas de Liga' que por aquel momento vendían... Entré en el mundo del que me es imposible salir ahora.

Y precisamente por esa pasión tardía, no he sido un madridista cualquiera. He sido un madridista sufriente, que ha vivido los peores años de la historia del gigante blanco. Aquella temporada acabó sin títulos para el Real Madrid, en una decepción que hoy todavía ha sido imposible superar. El conjunto de Queiroz pasó de ser líder de la Liga, a un paso de semis de Champions y finalista de Copa del Rey; a acabar cuarto en la tabla, caer eliminado en cuartos vs Mónaco con remontada incluida y perder la final de Copa contra el Zaragoza.

Hubo un tiempo en el que pensé que pasarían décadas para disfrutar de primer título como verdadero aficionado blanco. Viví la dimisión de Camacho con solo un mes de competición en el cargo, la exhibición de Ronaldinho en el Bernabéu, las debacles en octavos de final de Champions, los continuos cambios de entrenador... el Real Madrid era un equipo en el que podían coincidir Pavón y Mejía como pareja de centrales, o Gravesen-Pablo García como mediocentros. Vi como el Zaragoza -otra vez- nos humillaba con un 6-1 en Copa. Como Zidane abandonaba el Madrid resignado, sin haber podido levantar a un equipo hundido. Vi como Florentino huía de la presidencia mientras un chaparrón nos arrebató las esperanzas en Son Moix.

Ojo: todos estos fracasos, uno tras otro, me ayudaron a valorar lo que significa vencer. Un equipo de la grandeza del Madrid, la grandeza que leía en libros de historia y me contaba mi tío, la que iluminaba un palmarés envidiable, llevaba ya cuatro años sin títulos, mis primeros cuatro años de aficionado al fútbol. Quizás por eso la Liga conseguida en 2007, la de Capello, la de las remontadas imposibles, ha sido la experiencia futbolística que más he disfrutado en toda mi vida. No era un buen Madrid, probablemente fue uno de los peores campeones de la historia. Pero la casta, el orgullo y la esperanza de que se podía conseguir algo imposible sí eran las características del REAL MADRID. El Madrid del que me enamoré.


La Liga de Schuster y el pasillo azulgrana fue un bálsamo en una temporada donde hubo nuevo descalabro en Champions -Roma- y en Copa -Mallorca-. El año siguiente, con 18 años, vi, casi seguro, el peor año del Madrid en el siglo XXI: la derrota en primera ronda de Copa contra el Real Unión de Irún, la destitución de Schuster por decir que no podíamos ganar al FC Barcelona, la dimisión de Ramón Calderón como presidente, el chorreo del Liverpool en Anfield (4-0) y el 2-6 del Barça en el Bernabéu. Todo el mismo año en el que los de Guardiola conseguían un triplete histórico.

Vi la luz al final del túnel cuando Florentino volvió al barco y trajo a Kaká, Cristiano Ronaldo, Xabi Alonso, Benzema y compañía. Pellegrini, que me encantaba como entrenador, dirigiría una nave plagada de talento e ilusión. Entonces, cuando creía que no volvería a sentir vergüenza por mi equipo, el Alcorcón de Segunda B le endosó un 4-0 al Madrid en la primera ronda de Copa. Fue la gota que colmó el vaso. Desde entonces, no he vuelto a sufrir varapalos psicológicos por el fútbol. Ya lo había visto todo.

Fue el año en el que, por sexta vez consecutiva, el Madrid cayó en octavos de Champions. El mismo en el que el Barça ganaba la Liga con otro triunfo en el Bernabéu (0-2). La ilusión fue totalmente pisoteada. Pero llegó Mou, y con él una mejoría que llevó a ganar la Copa del Rey y al Barça por primera vez desde el pasillo. Desde entonces, el Madrid alcanzó tres veces las semis de Liga de Campeones, tres veces la final de Copa y conquistó una Liga con 100 pts y 121 goles. Es la etapa más exitosa que he vivido de mi equipo, y eso que solo ha ganado tres títulos -una Liga y dos Copas- en cuatro años.

Es por eso que la goleada al Bayern en su estadio, un 0-4 que ya es historia de la Copa de Europa, la celebré casi con escepticismo. No podía creerlo. Estábamos en una final de Champions ganando al equipo más en forma del planeta. Hacía 12 años de la última, en Glasgow, cuando yo no sabía si estaba en el sofá o en el suelo mirando las musarañas. Es por eso que hoy estoy ante mi primera final. Una noche única que disfrutaré como nunca lo he hecho. Mi equipo, el nueve veces campeón, el más grande del siglo XX y probablemente de la historia del fútbol, puede brindarme esta noche la mejor sensación de todas: conquistar una Copa de Europa y vivir para verlo.

@david_lrl

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