Casi no se puede acabar mejor una primera parte en un partido de fútbol. El Estadio Nacional de Varsovia, lleno hasta la bandera por más de 50.000 polacos, vibraba con la victoria y el juego de su equipo en los primeros 45 minutos. Impulsados por su afición, el conjunto de Smuda tiró de la banda derecha comandada por
Pizczek y
Kuba para superar a Holebas una y otra vez. Un tiro de Murawski que salvó
Chalkias y un balón al que no llegó por los pelos
Lewandowski eran los primeros avisos del conjunto local, que ya vislumbraba el gol que llegaría, como no, por el franco derecho. Gran centro del lateral del Dortmund y espléndido remate de cabeza del ariete del mismo equipo, que batió al portero sin excesiva dificultad.
A partir de ahí, Polonia se relajó (no debió, ya que Grecia no puso en apuros a la defensa polaca en toda la primera parte) y dejó que los griegos apretaran un poco más en ataque. Una polémica jugada que acabó con la expulsión de
Avraam Papadopoulos por el árbitro español
Velasco Carvallo (estamos en todas) parecía la sentencia definitiva para el conjunto de Fernando Santos. Pero no fue así. En la segunda parte sucedió un importante giro en los acontecimientos.
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Esta jugada provocó la expulsión de Szczesny al cometer penalti |
Dimitris Salpingidis, para asombro de muchos, permaneció en el banquillo de inicio. La idea de Santos consistía en romper la defensa polaca mediante un jugador más hábil y móvil que el jugador del PAOK, el joven Ninis. Sin embargo, dejar en el banquillo al que puede ser el mejor jugador de Grecia es para tirarse de los pelos. Santos reculó y lo sacó a los 45 minutos de juego. ¿El resultado? A pocos minutos de comenzar el encuentro, Salpingidis aprovechaba un encontronazo entre
Szczesny y un defensa polaco para marcar el gol del empate. A partir de ahí, y contra todo pronóstico, Grecia llegó con más peligro al área contraria (eso si, a cuentagotas) e incluso estuvo a punto de llevarse el partido en una gran pase de de
Fortounis a Salpingidis (sin duda, Santos acertó con los cambios) que acabó provocando el penalti y la expulsión del portero del Arsenal, confirmando su horrible y desafortunado encuentro. Para sorpresa, el eterno
Karagounis, que jugó un partido inolvidable a la edad de 35 años, falló la pena máxima, despejada por el desconocido portero del PSV,
Tyton.
Polonia no volvió a encontrar su juego. No consiguió crear el mismo peligro que en la primera mitad y no se desenvolvió bien ni en superioridad ni en igualdad numérica. Pecó de excesiva individualidad a la hora de jugar a la contra (en lugar de las rápidas y combinativas transiciones de la primera mitad) y no aprovechó con la misma frecuencia las jugadas por la banda derecha. Al final, un empate que agradecen los griegos (a pesar del penalti errado), confirmando que son capaces de todo; y un fracaso monumental de Polonia, que no supo rentabilizar su ventaja (tanto numérica como en el marcador) en un escenario prácticamente perfecto.
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